Qué ilusión cuando llegan en su cajita de cartón
Me vais a perdonar que no me
disculpe por no escribir aquí con la asiduidad y la regularidad que recomiendan
once de cada diez guruses de la comunicación y la tecnología dos-punto-cero-patatero
y que lo justifique con una negación muy simple: no soy bloguero. De hecho, no
entiendo esa definición que tanto se estila ahora de llamar a alguien bloguero
como quien dice carpintero, labriego o astrofísico. No sé si existirá tal cosa como
profesión (más o menos remunerada, que eso es lo que lo distinguiría de una
afición), ni me interesa, pero me sorprende que ahora hay mucha gente a la que
se la define como tal: «Perico de los Palotes, bloguero», «Fulanita de Tal,
bloguera»... Soy muchas cosas, pero bloguero no. Que llevo un blog y escribo en
él cuando me viene en gana, eso sí. Pero como me paso casi todo el tiempo
escribiendo cosas para poder pagarme la manutención y otros lujos, me viene en
gana muy rara vez. Y para escribir sin pensar ya está el Twitter, ese bendito y
efímero sumidero de locuacidades y desvaríos breves que sirve para un roto y
para un descosido en lo que a comunicar respecta.
Aclarado todo esto, acudo aquí una
vez más para darme esa dosis que de vez en cuando necesita uno de autobombo y
para hablar en esta nuestra «egoblogomierda» (acertado y cachondo concepto made by eulez) de mi —penúltimo o
antepenúltimo, ya no me acuerdo— libro traducido, como suelo hacer cada vez que
me llega en el correo el paquete de cartón con los ejemplares impresos que me
corresponden por contrato (que a veces son dos y otras, cinco, según la
generosidad de cada editorial).
Pues bien, esta vez toca dar el
parte de Apple. El legado de Steve Jobs. La verdad sobre cómo funciona la empresa más admirada y hermética de
Estados Unidos, de Adam Lashinsky. Sale a la venta el 10 de octubre en
papel y versión digital (aunque de esa versión no me dan ningún ejemplar: cosas
del «nuevo paradigma editorial»). Aquí está la ficha en la web de Aguilar.
No era tan santo ni tan paciente
Todos esos títulos y subtítulos ya
lo dicen todo (demasiado, en mi opinión, pero como los traductores no ponemos
los títulos de los libros...). Lashinsky, periodista de la norteamericana
revista Fortune, se ha dedicado a
hablar con personal que ha trabajado o trabaja en Apple y a destripar los
entresijos del funcionamiento de la empresa que ha revolucionado varias veces
varias industrias. Aprovecha el autor para elaborar, con todos esos testimonios
y análisis de primera mano, una suerte de manual paso a paso de lo que una
empresa debería hacer para emular los éxitos de esa paradoja del mundo
empresarial que es Apple y para explicar por qué no hay otras empresas que
hayan seguido ese modelo.
En mi opinión, aparte de por esto, la
lectura es interesante por dos enfoques que plantea Lashinsky. En primer lugar,
al lector que no sea emprendedor de altos vuelos, CEO, CFO, alto ejecutivo, director gerente o cualquier otro pomposo cargo
empresarial de esos, le interesará el repasillo que le da a la historia de
Steve Jobs y a su peculiar manera de ver el mundo de los negocios y de las
relaciones con sus semejantes (directivos y empleados suyos, mayormente), su
modo de entender el diseño de productos y su visión del mundo en general. El
que espere una semblanza de tintes hagiográficos de Jobs se llevará un chasco,
porque el tipo no era ningún santo y eso queda patente desde la primera hasta
la última página del libro. Aunque eso no quita que se lo retrate como el genio
que era en lo suyo, cuidado.
Y en segundo lugar, a aquellos que,
como yo, han seguido con cierto interés los avatares (ahora es cuando muchos
mirarán el diccionario y verán que este «avatar» no es ni aquel ecowestern de
indios azules de Cameron ni la fotito en miniatura de los perfiles de internet)
de Apple como fabricante y, sobre todo, excelente vendedora de productos
«rematadamente buenos» desde sus inicios les puede interesar el análisis que
plantea el libro sobre cómo le podrían ir las cosas a la empresa ahora que el
santo Jobs —que de paciente no tenía nada— ya no está en aquel valle de lágrimas
de silicio (ojo, no de silicona, como se lee por ahí) para hipercontrolarlo
todo, así como los pormenorizados perfiles que traza el autor de quienes llevan
ahora las riendas de Apple.
Nunca he sido uno de esos
«mac-evangelizadores» talibanes para quienes el mundo wintel era «el lado
oscuro» y hasta tengo un mini PC con Windows desde hace unos meses (que es un
truño, sí, pero funciona y me costó sólo 200 eurillos), pero debo reconocer que
para la traducción del libro me ha servido de mucho ser usuario de los Macs y de
todos esos otros artilugios derivados de ellos desde finales de los ochenta.
Esa familiaridad con el tema ayuda mucho cuando te enfrentas a un texto plagado
de referencias a gentes, situaciones e incluso objetos concretos de otro país y otra cultura.
Para terminar con este rollete,
quiero dedicarle un recuerdo a mi colega traductor Miguel Llorens,
recientemente fallecido. Me surgieron unos cuantos problemas en la traducción
de la jerga del ámbito económico-financiero y del galimatías de cargos y puestos
directivos que componen el organigrama de Apple y tuve la suerte de poder
contar con la generosa y utilísima ayuda de Miguel, un experto en esos campos y mordaz analista de muchas otras cosas, a quien le estoy más que
agradecido y a quien me gustaría haberle dedicado la traducción de este libro si
a los traductores nos dejasen dedicar nuestras obras.